Sombra secreta, una exposición metafórica

Angélica Sos inaugura el ciclo Memorias Corporales de Espai Cultural Obert Les Aules, que plantea el concepto de cuerpo como vivencia y valoración, como una metáfora de imaginarios, simulacros, expectativas y frustraciones enunciadas plásticamente… visibilizadas.

Aunque la experimentación ha llevado a Angélica Sos a extraer la pintura del soporte hasta corporizarla; y aunque el inicio de esta serie se encuentra en el verso de Jorge Guillén “(…) el color, infiel a la penumbra, se consolida en masa”; ésta es una obra que va más allá, que quiere reordenar el caos del sentido extraviado y a veces nunca alcanzado, que remite a fenómenos psicosomáticos a contramano de la vida, que introduce una ruptura entre el yo y el cuerpo.

Angélica Sos bebe de fuentes diversas (según ella misma confiesa), de Ramon Llull y la dimensión poética de la realidad a través del filósofo Amador Vega, del vacío y la plenitud de François Cheng, de la consciencia de Gary Lachman, de la tragedia y el fluir de Juan Arnau, de la resistencia íntima de Josep María Esquirol… Imposible con esas bases elaborar un discurso simple, pues la obra se plantea a partir de cuestiones enrevesadas, y cabría añadir por nuestra cuenta la física cuántica de Heinsemberg y Bohr, la teoría del caos de Prigogine y el pensamiento complejo de Morin, por nombrar algunos de los pensamientos teóricos de los que nacen estas formas.

Todo esto convierte a esta exposición en un abanico reflexiones, casi todas interconectadas (aunque no necesariamente) donde las pinturas se convierten en metáforas conceptuales.

Metáforas de la corporeidad líquida

Tras la era de la hegemonía de la razón, la corporeidad ha adquirido un relieve insospechado. En la posmodernidad en que vivimos el límite sólido del cuerpo ha dejado espacio a la modernidad líquida, donde los cuerpos disueltos y sin límites se vacían, pierden su identidad.

En contra de esta dinámica se desarrolla esta muestra, defendiendo que toda experiencia consciente requiere un cuerpo. El hombre vacío e incapaz de narrarse trata, desesperada e ilusoriamente, de encontrarse a sí mismo en un mundo en que todo es ya, en este instante; en un tiempo de multipresencia, de fragmentación y de saturación.

Como reacción a lo anterior, en estas pinturas se narra la historia de cómo nuestra conciencia es indivisible del cuerpo y de la percepción. Cualquier experiencia está inevitablemente conectada con el cuerpo y éste es inseparable de nuestra identidad personal y social. El cuerpo y el mundo son co-emergentes. El yo siempre está corporeizado.

La obra se percibe como un ser corpóreo total. El cuerpo permite discernir lo externo de lo interno, el adentro del afuera, el soporte de la pintura. La exposición exclama que vivimos en la corporeidad, y que nuestras experiencias y nuestra concepción del mundo están mediadas por la condición histórica y objetiva de esa misma carnalidad humana.

Las pinturas de Angélica Sos son cuerpo, se muestran, se realizan y se experimentan a través de su corporeidad. Cuerpos, formas como receptáculos de sensaciones, valores, virtudes y cualidades estéticas y simbólicas que trascienden la dimensión anatomo-morfológica. Formas, cuerpos como fuente de narraciones y discursos, a partir de los cuales la autora crea una imagen, una representación significativa de aquello que es y de quién es.

Metáforas de lo heterodirigido

Reisman, un sociólogo estadounidense, definió el surgir del carácter social heterodirigido como una nueva modalidad de la construcción del sentido de nosotros mismos. A diferencia de la persona autodirigida, que plasma y evalúa su experiencia gracias a un sentido interno de referencia (que es como nos gustaría ser a todos), el carácter heterodirigido busca la adecuación situacional de su sentir y accionar referenciándola con la experiencia del otro (que es como somos casi todos). El individuo heterodirigido orienta su radar captando continuamente señales externas y modela sobre éstas su sentir y su actuar personal. Este tipo de ser humano empieza a buscar fuera de sí mismo, en el gran escenario de la realidad, los lineamientos sobre los cuales moldear sus propias emociones. Busca fuentes externas a las cuales conformarse, imágenes compartidas a las que adaptarse.

Buscamos fuera de nosotros mismos encontrar algo que en comparación nos diga qué somos. Nuestro modo de percibirnos, cada vez más, es en referencia a un otro. Y ese otro, tanto directa como indirectamente, se convierte en parte constitutiva de la comprensión de nosotros mismos. Así es como las pinturas de Angélica Sos salen de su marco, fuera de sí mismas, para buscar su identidad.

¿Que hace la pintura fuera de su entorno? Reflexionar. ¿Sobre qué? Sobre cómo cada persona desde su corporeidad o encarnación define su experiencia e identidad en un permanente acoplamiento con su entorno.

Metáforas emocionales de la encarnación

Esta pintura no puede ser literal, desapasionada y precisa, objetiva y positiva, ha de ser analógica, simbólica y esencialmente emotiva. Ha de ser fundamentalmente relacional y metafórica.

Enfaticemos la nueva dimensionalidad que adquiere la morfología y la composición de esta encarnación pictórica. La pintura no es sólo el soporte o el hardware sobre el cual se cobija un software, antes bien es un componente activo, flexible y modificable que posibilita el alcance y el límite de nuestra experiencia. En este punto, si compartimos que la concepción del arte no es objetiva, desapasionada y literal, inmediatamente entramos en el terreno contrario, es decir, en la subjetividad, en la pasión o, mejor dicho, en la emoción y también en la imaginación y en lo simbólico.

Si interpretamos la creación artística como una virtualidad de nuestra experiencia, de nuestra vivencia, nos encontramos en un espacio relacional en el que vamos definiendo y construyendo determinados significados que son la base de nuestra visión del mundo y obviamente de nosotros mismos.

La encarnación de la pintura y de su máxima expresión como experiencia mental es mucho más que una mirada reivindicativa de lo que tradicionalmente llamamos cuerpo. Más bien es la toma de conciencia de que el arte en todas sus posibles manifestaciones constituye el texto y registro de nuestra existencia tanto personal como social y, en consecuencia, cultural.

Metáforas de armonía

Quizá deberíamos aprender a vivir sin resistencias, siendo creadores de cambios constructivos que provoquen mejoras y amplíen nuestros horizontes; poder dar apertura a la capacidad de respuesta creativa y positiva, para lo cual es necesario equilibrar la acción con la introversión, el silencio y la reflexión.

Aparece aquí la importancia de uno de los conceptos sobre los que trabaja Angélica Sos, el del vacío, como referente necesario de lo corpóreo. Los contrarios se necesitan del mismo modo que alcanzamos la capacidad de vivir en armonía cuando nuestra acción se equilibra con la reflexión y se fortalece con el silencio.

La ironía de esta metáfora está en vivir la incertidumbre desde un espacio de confianza. No podemos viajar de lo heterodirigido a lo autodirigido si no somos capaces de liderar nuestra propia mente, nuestras emociones y nuestro mundo interior.

Metáforas de transfiguración

Metáfora evidente en el que las obras tienen una transfiguración visual que implica un cambio de forma, lo que revela su verdadera naturaleza, una metamorfosis, un cambio de la propia visión y carácter que solo acontece con el paso del tiempo, la experiencia y por el deseo de innovar.

Metáforas del dolor

Hay dolor en estas obras, porque la corporeidad tiene los límites definidos, y el dolor es consecuencia de la finitud. Una finitud perfecta, no sufriente, sería tan absurda y contradictoria como un hierro de madera o un círculo cuadrado.

Pero como el cuerpo y el vacío, el dolor y el placer van unidos ¿Se ha fijado en la expresión del placer? No el simple disfrute de un sabor o un aroma, sino el placer profundo que lleva a las puertas de transcender. Contemple el lector el rostro de quien tiene un orgasmo (si puede ser contémplese a sí mismo teniéndolo, que para el discurso resulta igual de sugerente y para el lector, sin duda, más placentero) y verá que, más que una expresión de felicidad, evoca sufrimiento. Como la expresión de una mística en éxtasis. Al igual que el vacío conforma el cuerpo, el dolor y el placer son inseparables. Es la horrible belleza del universo. Saber que hay una sabiduría inherente en esa belleza, que esa sabiduría incluye el sufrimiento y que el sufrimiento no es un error.

Metáforas del yo

Otro de los conceptos estudiados por Angélica Sos es el del centro. Todo cuerpo tiene sus límites (es finito, como ya se ha dicho), y todo lo que tiene forma ha de poseer un centro. Pero el centro es también esa conciencia profunda que todos tenemos y a la que nos referimos cuando decimos yo. Ese yo que es el punto de identidad que mantenemos a través de todos los cambios, de todas las fases de crecimiento. Es necesario ahondar en ese centro para descubrir quiénes somos. Todo lo que vivimos no tiene sentido si no sabemos quiénes son los que lo viven. El yo es el que da significado a cada una de nuestras experiencias.

Ese centro interior es nuestra realidad más profunda; de ella brotan todas las demás realidades que nos constituyen: la inteligencia, la voluntad, la moral, la estética… En ese centro, nos sentimos, afirmamos, declaramos y reivindicamos.

En todo momento estamos tratando de descubrir tanto qué somos, como quiénes somos. Lo que somos es todo lo que registra nuestra conciencia, todo lo que existe para nosotros, todos los contenidos de nuestra mente. Somos, en resumen, todas las cosas en tanto las conocemos. Por eso, cuando hay problemas dentro de la conciencia, hay problemas fuera, en nuestras relaciones objetivas. Solo cuando existe una perfecta unidad interna, la persona está asimismo integrada en su exterior.

En la compleja experiencia de nuestra interioridad percibimos un solo y único centro que da sentido y coherencia a todo lo demás.

Metáforas del deseo

Las formas corpóreas son finitas, repetimos, así que su contrario, lo infinito, no resulta de la actividad del sujeto, no puede ser el resultado de sus proyecciones, sino que debe entenderse como algo inasumible. Si todos somos cuerpo, como decíamos al inicio de este texto, y esa corporeidad incluye materia y pensamiento; y el cuerpo es finito, lo infinito no puede ser corpóreo, y por tanto no puede ser carne ni pensamiento. De manera que, más que pensar la idea de lo infinito, lo único que podemos es aspirar a ella.

En efecto, la idea de lo infinito es un pensamiento que, al ser afectado por lo que no puede contener, al padecer el ideatum de una idea que se absuelve de la relación que intenta englobarla, se transmuta en aspiración pura que intenta pensar más de lo que se puede contener en un pensamiento.

O lo que es o mismo, el pensamiento se colapsa con la idea de lo infinito, es decir, fracasa al intentar objetivar (corporizar) lo pensado, perdiendo su función. Que el pensamiento colapse lo hace cesar en su calidad de dotador de sentido para devenir en mera aspiración hacia algo a lo que no podrá acceder jamás. A la descripción de dicha situación sólo le cabe el nombre de deseo. La obra de Angélica Sos es también una metáfora de lo infinito. La idea de lo infinito es una metáfora del deseo.

Quédese el lector con estas líneas

Hermano cuerpo estás cansado
desde el cerebro a la misericordia
del paladar al valle del deseo.
Cuando me dices alma ayúdame
siento que me conmuevo hasta el agobio
que el mismísimo aire es vulnerable.
Hermano cuerpo has trabajado a músculo y a estómago y a niervos
a riñones y a bronquios y a diafragma.
Cuando me dices alma ayúdame
sé que estas condenado, eres materia
y la materia tiende a desfibrarse.
Hermano cuerpo te conozco
fui huésped y anfitrión de tus dolores
modesta rampa de tu sexo ávido.
Cuando me pides alma ayúdame
siento que el frio me envilece
que se van la magia y la dulzura.
Hermano cuerpo eres fugaz
coyuntural, efímero, instantáneo
tras un jadeo acabarás inmóvil
y yo que normalmente soy la vida
me quedaré abrazada a tus huesitos
incapaz de ser alma sin tus vísceras.

Desde el alma (Vals de Mario Benedetti, 1993)

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