Parestesia

Una exposición de Miguel Bañuls. Ciclo Metáforas sisestésicas comisariado por MARTE para ECO Les Aules.

Tu piel caliente se curva sobre mis frías formas.

Y una mínima sensación eléctrica recorre las manos con o sin compás.

No hay tiempo sin espacio.

Busco espacio para la emoción.

(Miguel Bañuls)

El crítico de arte visita un desguace. Contempla los materiales inorgánicos, producidos por el hombre, artificiales, por tanto, pero artísticos en cierta forma. Observa los cables, tubos y tornillos, elementos industriales como personajes que se comunican y crean vínculos con el espectador humano. El crítico encuentra una posibilidad de replantear las relaciones, adentrándose en aspectos relativos a la convivencia del ser vivo con lo industrial y tecnológico (…) Pero tal vez estos organismos industriales no sean tanto entidades antihumanas, sino más bien una prolongación de lo humano, intrínsecamente ligada a él. (Feliu, Joan. “Ciberartefactos o cómo encontrar arte en un desgüace”, en Jot Down, http://www.jotdown.es/2015/07/ciberartefactos-o-como-encontrar-arte-en-un-desguace)

Era domingo cuando el escultor Miguel Bañuls terminó el montaje de su exposición para ECO Les Aules en la Diputación de Castellón.

El lunes, a las nueve de la mañana el crítico de arte fue a la sala de la Plaza de Les Aules con la intención de hablar con el artista. En información le indicaron que podía esperar en la misma sala, en una silla ubicada junto a una de las esculturas de zinc. El crítico se sentó, contemplando como algunas personas iban y venían de manera casi esquizofrénica a los despachos de la Diputación de Castellón. Al final, el conserje le indicó que no sabía si Bañuls iba a llegar, que mejor volviera mañana.

El martes a las nueve de la mañana el crítico de arte llegó a la sala de exposiciones de ECO Les Aules y se sentó directamente en la silla junto a la escultura de zinc. El escultor tenía una reunión con la dirección de Marte, la feria internacional de arte contemporáneo. No pudo atenderle.

El miércoles a las nueve de la mañana el crítico de arte, ante la misma recepción, se enteró de que el artista había vuelto a su casa en Alicante, para coger fuerzas antes de la inauguración.

El jueves a las nueve de la mañana informaron al crítico de arte de que Miguel Bañuls sí estaba pero muy ocupado con el diputado de cultura que quería conocer los entresijos de la exposición. No importaba, él iba a esperarlo. Inauguraban esa misma tarde.

Pasaron las horas y él seguía allí sentado, donde le indicó el conserje, junto a una escultura de zinc.

Nadie miró al crítico de arte en ningún momento, parecía transparente, invisible. Y pasó el tiempo. Llegó la tarde y la exposición se inauguró con éxito. La gente pasaba a contemplar las obras, pero parecía no verle. El crítico de arte perdió la cuenta de los días, allí, en la silla junto a la escultura de zinc, era difícil saber si era lunes o jueves, porque todo era igual a la jornada anterior y a la siguiente.

La única diferencia era, curiosamente, la escultura de zinc: planchas tensionadas de de vez en cuando soltaban un crujido metálico y se desdoblaban, como una planta que creciera despreocupadamente, ausente de gravedad.

Suspendidos en la ingravidez.

Ligeros objetos inanimados

que buscan conciliarse con la vida.

Gravedad Cero.

(Rafaela del Sol Guevara)

Todo aquel que se acerque a la obra de Miguel Bañuls, pensó el crítico de arte, apreciará fácilmente la valoración que el artista hace de los materiales como parte fundamental del proceso, una aportación de Constantin Brancusi que habría de revolucionar la escultura del pasado siglo.

El crítico de arte pensaba que Miguel Bañuls, lejos de ajustarse a los prototipos históricos, prescindía de todo rigorismo iconográfico en la búsqueda de cierta austeridad formal que resultaba potenciada por el uso de determinados materiales o la claridad monocroma con que revestía los acabados. “Busco el diálogo silencioso en un espacio sutil que nos permita parar el pensamiento perturbador”, le había dicho por mail el artista. Al crítico le cautivaba el cadencioso y cautivador desarrollo del movimiento, manifestado por una clara preferencia por los ritmos suaves y por formas ligeramente oscilantes con respecto a sus ejes de simetría, una contenida movilidad a la que Bañuls nunca renunciaba en sus obras, un sentido dinámico logrado mediante el empleo de líneas fluctuantes y suaves ondulaciones de los contornos. “Deseo conseguir la empatía con el espectador a pesar de eludir la tradicional plástia de la escultura y reducirla a procesos mecánicos más propios de las técnicas industriales. Humanizar lo aparentemente frío potenciando la idea, el viaje creativo. Para ello coqueteo con el delgado límite entre diseño industrial y el arte escultórico, rozando en ocasiones el minimalismo y adentrándome cada vez más y sobre todo en esta exposición en el brutalísmo. Algunas de las últimas obras interferirán con la dimensión humana por su tamaño y por ser capaces sus materiales de reflejar al público. Otras más pequeñas, en cambio, lo harán por sugerir espacios transitables o por tener movimientos cercanos a los biorritmos”, le había escrito el artista.

El crítico de arte, allí sentado junto a la escultura de zinc, pensaba en la desnudez, que no en el desnudo, de esas obras de carácter industrial. Meditaba sobre la desnudez como algo que va más allá de la simple realidad del cuerpo despojado de vestimentas, algo que está relacionado con las circunstancias mismas de la percepción social y de la ideología del ser. El crítico de arte había leído a Kenneth Clark, un texto de 1953 sobre un ciclo de seis conferencias sobre el desnudo artístico realizadas en of Art de Washington. Aquel otro crítico señalaba la diferencia entre dos cosas que parecerían ser iguales o, al menos, muy similares. Clark afirmaba que no es lo mismo estar desnudo que ser un desnudo. La lengua castellana no poseía dos palabras distintas para calificar a estos dos estados, al contrario que los ingleses que, pudorosos, aquí habían contradicho su tradicional escasez léxica (the naked versus the nude). Sea como sea, con Bañuls, Clark había sido superado en su concepción puramente idealista e idealizada del problema, porque no había mejor manera de mostrar un desnudo que mostrándose desnudo, y no había mejor manera de mostrar la belleza de lo industrial que mostrándose como industrial, como un cyborg. Para Clark ser un desnudo equivalía a ser visto en estado de desnudez por los otros y, sin embargo, no ser reconocido por uno mismo. Es decir, para que un cuerpo desnudo se conviertiera en un desnudo era preciso que se le viera como objeto. Y el verlo como objeto estimulaba el usarlo como objeto. El crítico de arte se sentía desnudo, se sentía metálico, cuando el escultor cortaba el cuerpo modelado como de una dentellada y dejaba invisible a los ojos, visible a la imaginación, todo aquello que no fue.

Toda la obra de Bañuls, de una u otra manera, se manifestaba como un posible golpe directo a la percepción del crítico de arte. De alguna forma la plancha fragmentada le interpelaba y hablaba directamente. De alguna forma no podía ser ser totalmente indiferente ante la corporeidad metálica que le presentaba el artista. “Reivindico el valor estético de las estructuras y elementos constructivos sabiendo que los materiales plásticos transparentes y metálicos más comunes pueden influir en su percepción alterando las emociones que las formas por si solas no pueden ofrecer como simples sólidos, aunque siempre anteponiendo la intención al producto acabado. La piel solo matiza el propósito y no es interesante por sí misma”. Las palabras de Bañuls resonaban en su cabeza.

Ecos, murmullos, sinfonías, susurros,

surgen de sí.

Resonancia.

(Rafaela del Sol Guevara)

Al crítico de arte le hubiera gustado explicarle al artista todos estos pensamientos. Le hubiera gustado excusarse en que las letras no podían dar cuenta del significado de estas obras porque éstas requerían de la mirada. Le hubiera gustado pedirles a los expectadores que miraran las esculturas y sintieran su capacidad de sugestión, que ellas les iban a decir mucho más sobre la misma belleza, a simple vista y sin una sola palabra, que lo que él pudiera ser capaz.

Un día el crítico de arte vio al artista entrar en la sala. La exposición estaba terminando y Miguel Bañuls empezaba a organizar el desmontaje de las obras. El crítico de arte quiso levantarse pero no pudo. Creyó que era una especie de entumecimiento total, ya que no sólo no podía alzarse, sino que no podía despegar las manos del regazo, ni los pies del suelo. Sus manos tenían perqueñas placas de zinc sobre la piel. No, mejor dicho, en lugar de la piel. Sus dedos, metálicos, terminaban en arandelas con tornillos que se incrustaban en el pantalón, fundiéndose con la tela. Otras cintas de alguna extraña aleación salían desde los zapatos rotos y se adherían con firmeza al suelo; algunas, las más finas, habían comenzado a meterse entre los resquicios de los azulejos del suelo de Les Aules. “Encuentro en los tornillos y remaches elementos que ayudan a crear ritmos y por ello no trato de esconderlos, el ritmo intrínseco en líneas, puntos y áreas vacías o de color vibran en el silencio pretendido como un juego” le había advertido el artista.

El crítico de arte quiso hablar, quiso gritar, pero no pudo despegar los labios. Unos días después, sus manos eran parte del pantalón y ni siquiera él hubiera podido reconocer alguna forma en lo que antes eran dedos. Pero ya no le importaba. Seguía esperando, pero ya no al artista, ni siquiera recordaba el motivo de la espera.

Lo embalaron y llevaron a un almacén con el resto de esculturas. Ahora esperaba otra cosa, pero mucho más ansioso que antes. Anhelaba el día en que Miguel Bañuls lo volviera a exponer.

La era ciber es aquí y ahora. Y es esta era, la de los frankenstein posmodernos, la que plantea la posibilidad de indagar novedosas subjetividades. Al fin y al cabo, nosotros mismos somos bits de información, complejos engranajes en un sistema arquitectural cuyos modos básicos de operación son también artefactos. Reconocernos así permite ver en estas chatarras una imagen condensada de imaginación y realidad, en la que se materializa una tecnología que determina las mentes y las más amplias identidades, un canto al placer en la confusión de las fronteras, una realidad dentro de la tradición utópica de imaginar un mundo sin géneros, sin génesis y, quizás, sin fin (…) Los ciber-arte-factos nos sobrevivirán, porque es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin de ellos: Matrix, The Road, Hijos de los hombres, 2012, El día de mañana, Blade Runner… Quizás, en un futuro no muy lejano, existirá un mundo posthumano habitado por cyber-arte-factos amantes de las musas. (Feliu, Joan. “Ciberartefactos o cómo encontrar arte en un desgüace”, en Jot Down, http://www.jotdown.es/2015/07/ciberartefactos-o-como-encontrar-arte-en-un-desguace)

Te contemplan, te siguen te delatan,

urgan en tu interior

buscando eso que les falta.

Alma

(Rafaela del Sol Guevara)

Joan Feliu.

Marte Modern Art Experiences for ECO Les Aules.