El equipo de Marte comisaría la temporada expositiva de Espai Cultural Obert Les Aules, en la Diputación de Castellón
La Creación es un templo de pilares vivientes
que a veces dejan salir sus palabras confusas;
el hombre la atraviesa entre bosques de símbolos
que le contemplan con miradas familiares.
Como los largos ecos que de lejos se mezclan en una tenebrosa y profunda unidad,
vasta como la luz, como la noche vasta,
se responden sonidos, colores y perfumes.
Hay perfumes tan frescos como carnes de niños,
dulces tal como oboes, verdes tal las praderas
-y hay otros, corrompidos, ricos y triunfantes,
que tienen la expansión de cosas infinitas,
como el almizcle, el benjuí y el incienso
que cantan los transportes de los sentidos y espíritu.
Charles Baudelaire, Las flores del mal.
Escuchar los acordes de una guitarra y notar como que te cepillan suavemente los tobillos. Sentir violines como una suave brisa en la cara. Que una trompeta te duela como un golpe en la nuca. Ver letras y números en tonos brillantes. Ver los meses del año como los coches de una noria, con julio en la parte superior, diciembre en la parte inferior. Que el sabor de la carne de ternera sea azul y el sorbete de mango sea de color verde lima con finas tiras onduladas de color rojo cereza.
El fenómeno de la sinestesia, su nombre deriva del griego, que significa «percibir juntos», tiene muchas variedades. Algunos sinestésicos escuchan, huelen, saborean o sienten dolor en color. Otros degustan las formas, y otros perciben los dígitos escritos, las letras y las palabras como sonidos distintos. Algunos poseen lo que los investigadores llaman sinestesia conceptual, ven conceptos abstractos, como unidades de tiempo o operaciones matemáticas, como formas proyectadas internamente o en el espacio, a su alrededor.
Las investigaciones sugieren que alrededor de una de cada 2.000 personas son sinestésicos, y algunos expertos sospechan que hasta una de cada 300 tienen alguna variedad de esta condición. La forma más común de sinestesia es el oído coloreado: sonidos, música o voces vistos como colores. La mayoría de los sinestesicos informan que ven esos sonidos internamente, en el ojo de la mente. Sólo una minoría ve visiones como si proyectadas fuera del cuerpo, normalmente al alcance de los brazos.
A finales del siglo XIX y principios del XX, la sinestesia disfrutó de una ráfaga de estudios científicos, principalmente descriptivos. A mediados del siglo XX, sin embargo, la sinestesia había caído del radar de los científicos, una víctima del movimiento del conductismo. El fenómeno comenzó a resurgir como sujeto de investigación psicológica a partir de los años setenta, estimulado en gran parte por el trabajo de dos científicos.
En 1987, un equipo dirigido por el Barón-Cohen encontró la primera prueba de que las experiencias son constantes a través del tiempo. Los investigadores pidieron a un sinestésico que describiera el color de 100 palabras distintas. Un año más tarde, repitieron la prueba sin previo aviso y encontraron que las asociaciones entre las palabras y los colores eran coincidentes.
Hace un siglo, los investigadores atribuyeron la sinestesia a un cruce de cables en el cerebro. Hoy en día, a pesar de la comprensión de la anatomía del cerebro, las raíces de la sinestesia siguen eludiendo la comprensión. La eclosión general del interés por la sinestesia en las últimas décadas no es ajena al cambio de paradigma que conlleva nuestro mundo digital. La posibilidad de representar fuentes tan heterogéneas como textos, datos, imágenes o sonidos en un código primario unificado nos está llevando a pensar de otro modo la obra artística. El propio código y sus interacciones se vislumbra como un medio con posible valor estético en sí mismo.
Planteamos un problema que pareciera ser crucial al analizar no sólo cómo producimos los objetos que significan (prácticas significantes), sino también cómo los interpretamos. Al leer un poema, el lector puede revivir no sólo imágenes visuales, sonoras, sino también tactiles y, en conjunto, sentir un sacudimiento corporal. Lo mismo sucede cuando se escucha la música: las sensaciones no son sólo auditivas, sino que involucran al cuerpo entero. Ahora queremos hacer sentir lo mismo con la plástica. Más que entender las dinámicas del cuerpo vivo a partir de los sentidos diferenciados y separados, pensamos más en una visión integral del mismo, en una visión háptica que consista en considerar la integración de los procesos sensoriales, perceptivos, neuronales y cognitivos que produce el arte. Ir más allá, traspasar la envoltura y el cuerpo interno para llegar a la carne, a la materia viva, sensible y dinámica de la sensomotricidad, a la masa palpitante, centro de la sensación.
Para Marte, el interés por la sinestesia se extiende mucho más allá del estudio de los pocos individuos que experimentan el fenómeno, nos dice algo sobre la naturaleza de la percepción y lo que hace que las cosas sean perceptualmente similares entre sí, por eso la temporada 2017/2018 de Espai Cultural Les Aules presentará un programa expositivo que de forma singular atiende a distintas formas de experimentar la sinestesia, con obra de artistas muy distintos, unidos por este deseo conductor: Joan Callergues, Claudia de Vilafamés, Miguel Dolz, Colección Pablo de Castro, Higinio Mateu, Miguel Bañuls…