Esther Ferrer, Victoria Diehl, Natalia Stachon, Inma Femenia, Miguel Ángel Campano, Rubén Guerrero, Oliver Johnson, Folkert de Jong, Frank Maieu, Nelo Vinuesa, Juan Olivares y Javier Palacios interaccionan con Maribel Nazco, Elvira Alfageme, Ángeles Marco, Miranda d’Amico, Luc Peire, Yturralde, Pilar Bañuelos, Pilar Carpio, Robert Motherwell y Joan Callergues.
Frank Maieu.
Los teoremas de la singularidad de Penrose-Hawking son un conjunto de resultados de la relatividad general que intentan responder a la pregunta de cuándo la gravitación produce singularidades. Roger Penrose recibió el Premio Nobel de Física en 2020 por el descubrimiento de que la formación de agujeros negros es una predicción sólida de la teoría general de la relatividad. No es el que nos interesa. Pero el teorema de la singularidad de Stephen Hawking es para todo el universo y funciona hacia atrás en el tiempo. Este teorema solo se cumple cuando la materia obedece a una condición de energía más fuerte, llamada condición de energía dominante. Toda la materia ordinaria obedece a esta condición.
Trasladado a una colección artística, materia ordinaria según el famoso físico o extraordinaria según los que la podemos disfrutar, esa energía dominante es la de la voluntad y deseo de los coleccionistas. Digamos que la energía de un coleccionista conforma un universo infinito de arte.
Observando una colección tan singular como la Martínez-Lloret uno puede llegar a preguntarse cuántas obras hay que reunir, cuántas ferias de arte hay que recorrer, para completar definitivamente una colección. En primera instancia, parece evidente que la respuesta a esta cuestión lleva implícita una enumeración a modo de inventario de aquello que ya se posee. Sin embargo, si pretendemos ser realmente fieles a la realidad de un coleccionista debemos reformular la pregunta de forma ligeramente distinta, algo así como ¿Cuántas obras faltan para completar una colección? La solución es tan sencilla como incierta: tan sólo faltan aquellas que todavía no se tienen.
Posesión y, sobretodo, carencia. Es precisamente esta dicotomía la parte más fascinante de toda colección, allí donde se aloja la pasión del coleccionista, su verdadera fuerza motriz. Freud dijo en su momento que el deseo no tiene objeto, es decir, que es como un pozo sin fondo, como un continente que muta constantemente de contenido llevando por tortuosos cauces a aquél que se encuentra bajo su yugo. Sin lugar a dudas, hay en esa apreciación cierto aire de condena, un halo trágico que se desprende de ese coleccionar como acto puro cuyo final sólo se cerrará con la propia desaparición del coleccionista. Y es que, mientras el deseo lata con fuerza, siempre habrá nuevas obras que añadir a la colección.
Pero lo realmente interesante, al menos en el caso de la colección Martínez-Lloret es que la propia obra susceptible de ser incorporada es elegida no tanto por su valor intrínseco, sino por el grado de intensidad con que se desea.
Jean Baudrillard se relacionaba una de las acepciones del término “objeto” con aquello que es el sujeto de una pasión. Las obras que pertenecen a esta colección, en efecto, son las destinatarias de esta pasión. Son parte de una propiedad en la que la inversión afectiva es equiparable a las demás pasiones humanas; una pasión cotidiana que, en lo que atañe a esta familia coleccionista, destila una actitud fundada en una planificación coherente pero compensada por la intuición y el dictamen del deseo.
Esta muestra es una reivindicación directa de la artisticidad de la actividad de los coleccionistas, puesto que, si bien éstos no son los artífices originarios de las obras que poseen, es cierto que las reúnen, ordenan y gestionan de una manera genuina, atendiendo a criterios absolutamente personales que reinterpretan, con su mirada oblicua, lo ya existente. Según Jean Baudrillard, la posesión, tan placentera para el coleccionista, nunca lo es de un utensilio, pues éste nos remite a lo estrictamente mundano, sino que es siempre la del objeto abstraído de su función e identificado únicamente con el propio sujeto que lo posee. De este modo, todas las piezas que forman parte de esta colección son fruto de esta misma abstracción y se remiten las unas a las otras en la medida en que no se vinculan más que a los propios coleccionistas, constituyéndose en un sistema gracias al cual se reconstruye un mundo personal, una totalidad privada, absolutamente insólita y creativa.
Rubén Guerrero
Pero la colección Martínez-Lloret no se detiene aquí. Amantes confesos del arte, no se conformarán con adquirirlo, disfrutarlo y mostrarlo sino que optarán, también, por seguir haciendo posible su existencia y desarrollo. Y aparecerán relaciones de amistad y, en ciertas ocasiones, verdaderas historias de amor artísticas de las que se han derivado y derivarán colaboraciones extraordinarias.
Esta familia ha ido configurando un sistema de obras coherente y estrictamente vinculado a sus vivencias personales y sentimentales y a su particular forma de relacionarse con la realidad externa. Ha desarrollado su propio Teorema de la singularidad, a partir de la energía dominante de su deseo y gusto. Una energía que produce una colección como una definición autentica de la personalidad, una manera de mostrarse al mundo, como quien se impone a sí mismo un criterio relacionado con el gusto personal.
Es la energía de aquellos que decidieron participar, ser facilitadores, ser actores.
Es la energía de quien lo hace por amor, con pasión, emoción, porque le gusta y porque le cambia su mirada del mundo.
Es la energía de los comprometidos.
Fotografía de inicio: Natalia Stachon. Thinking 05, 2011. Plexiglass, acero inoxidable y grabado. 17 x 14 x 250 cm