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Si bien el trabajo de los artistas sobre papel ha sido utilizado desde los mismos orígenes del arte, es a menudo considerado como un medio preparatorio en el que se bosquejan las obras que posteriormente se trasladarán a otros soportes. No obstante, la obra realizada en papel no puede catalogarse meramente como apunte, pues es un medio dotado de autonomía que recoge expresiones artísticas concretas. De hecho, resulta fundamental y especialmente interesante como base sobre la que dar rienda suelta a la experimentación, así que muchas de las nuevas formas estéticas nacidas en la contemporaneidad se traducen en el uso del papel como soporte principal de la obra.
A pesar de esta evidente reivindicación, la colección y el coleccionista, en línea con la tipología de las obras, se define como humilde. Está bien, seamos humildes. No con simulada sencillez, ni falsa modestia, que equivaldrían a rebuscada soberbia, sino con genuina humanidad.
Que nadie se llame a engaño. El arte contemporáneo es más dado a convocar al asombro o, si se prefiere, a la provocación. Además, las colecciones depositadas en museos y exhibidas como muestras que confirman una vaga idea de la universalidad de la estética, suelen ser entendidas como un esfuerzo del crítico por definir, describir y visibilizar técnicas, saberes y estilos artísticos en soportes más caros.
Resulta razonable sostener (con permiso de Clifford Geertz, Wittgenstein y Saussure) que es más relevante acercarse a las producciones artísticas en búsqueda de interpretaciones y también de un análisis de intencionalidad y causalidad. Si esto es así, lo que debe escrutarse no son las propiedades materiales y las exégesis ocultas de los objetos artísticos, sino la posición que ocupan en las cadenas de causalidades, de intenciones. El arte deviene entonces en un sistema de acción que se carga totalmente la condición de obra de arte como universal. Es en esta disparidad entre los poderes de los artistas y los receptores donde descansa la eficacia social del arte.
Y es precisamente en este momento de incertidumbre, de apocalipsis estético, de grandes transformaciones sociales y mutaciones biológicas contemporáneas, cuando esta exposición se vuelve interesante. La colección de Cinto Llorca deviene en la correcta manera de comunicarse sin incurrir en la garrulería y en la pirotecnia retórica vacía de contenido que suele darse en sitios como un museo de arte contemporáneo o una feria de arte.
A los modestos de verdad, deberían entregarles diplomas. Aunque, si son reconocidos como modestos ejemplares y les otorgan condecoraciones en público, pueden ocurrir dos cosas, ninguna de las cuales es recomendable: el modesto sufriría mucho al ver quebrado su afán de anonimato, o se volvería vanidoso. Nada de eso pasará con Cinto Llorca, que realiza un verdadero esfuerzo generoso mostrando una selección de su colección. No es esta muestra un premio por su modestia, no se corre el riesgo de que cambie de bando, y engruese el otro, el de los arrogantes, o sencillamente caiga fulminado. En ningún caso se sugiere identificar la modestia, so pena de hacerla desaparecer. Es una oportunidad para los que la podemos disfrutar, mientras Cinto y los demás modestos, los reales, los admirables, continúan su ruta como siempre: silenciosos, en puntillas, medio ocultos entre dibujos, pinturas y papeles.
Las obras de Juande Morenilla dialogarán con las de Alejandra de la Torre, la de Àlex Marco con la de Concha Jerez, la de Juan Carlos Nadal con la de Altea Grau, las de Javier Palacios con Miró y Picasso, la de Nico Munuera con Menchu Gal, las de María Ortega con Jacinta Gil, la de Damià Díaz con Kornilova, la de Susana Guerrero con Carmen Calvo, la de Francisca Mompó con la de Udaltsova, la de José Piqueras con Lucio Muñoz, la de Manu Blázquez con Vicent Carda y la de Nelo Vinuesa con Aurelia Muñoz.
Podrá visitarse la exposición del 18 de junio al 1 de octubre de 2022.