Manifiesto por la movilización del pensamiento silenciado
Con motivo del Fair Satuday 2015, hacemos públicas nuestras reflexiones con el siguiente manifiesto como expresión reivindicativa que resume nuestra idea del arte y su función.
La función del arte:
El arte sirve para hacernos más felices. Por eso es responsabilidad de todos. Dando por hecho que todos, como humanos, somos gestores de nuestra cultura, aunque sea inconscientemente, porque todos vivimos según nuestra propia concepción del mundo, el arte debe servir para facilitar que la gente tenga libertad de elegir la evolución de su propia cultura, sin generar una pseudocultura intelectualoide sin respaldo, condenada a ser ridiculizada, o al menos incomprendida, libre del snobismo, sin renunciar a la calidad, la genialidad y el inconformismo.
Además, el arte en su función consigue el placer en el espectador desarrollando el gusto por la contemplación artística. Lo subjetivo debe imperar en el mundo del arte porque el lenguaje artístico permite múltiples interpretaciones; dependiendo del ojo que lo ve, el ojo que todo lo ha visto y el que no ve nada, el discurso artístico se amplía.
El arte es cultura:
No se puede separar el arte contemporáneo de la cultura histórica ni de la historia de la cultura. No se puede hacer cultura sin tener una concepción de la misma críticamente coherente y sin una conciencia de su historicidad, sin tener en cuenta las contradicciones de nuestra concepción con otras concepciones, sin ser anacrónicos.
No contemplamos otro concepto de la cultura que el sociológico, lo que nos rodea conforma la cultura a la que pertenecemos y, por ello, rechazamos el concepto antropológico y decimonónico de la alta o baja cultura y de supracultura o subcultura. El arte es cultura porque es un medio expresivo y creativo humano, no hace falta añadir más.
El arte es un acto intelectual y social:
La actividad artística requiere del productor y del consumidor. En ambos, en el creador y en el contemplador, la obra se transmite por medio de los procesos de la experiencia estética, los descritos por Jauss: la poiesis (produción), la aisthesis (recepción) y la catharsis (comunición). Indudablemente sin estos procesos de producción y recepción de la obra creada, la experiencia estética por parte del artista y del espectador llega al convencimiento de ser un acto intelectual y social.
La praxis artística no puede dejar de ser en principio polémica y crítica, como ejemplo de superación del modo de pensar.
El arte no debe considerarse sólo por su forma o en su representación, sino por su valor, y el valor de su forma y representación es la razón por la cual es arte. La concepción del arte como algo poseedor de un valor intrínseco representa una visión esencialista; es decir, el valor se considera como una propiedad esencial (que hace ser a la obra de arte) y no como una propiedad accidental o contingente (que puede o no tener el arte). Sin embargo, la gran mayoría de las veces esta conceptualización no se efectúa de manera explícita. Un ejemplo de ello es considerar, de manera implícita y tautológica, que el arte tiene valor por ser arte. El arte no tiene valor por ser tal, sino que lo es precisamente por tener valor. Y además ese valor es múltiple y variable. ¿Y quién otorga ese valor? No el mercado. No el crítico. No el artista. El valor lo otorga la sociedad, la gente. Lo cual no contradice que el entendimiento sea la base del intelecto.
El arte necesita difundirse:
La difusión del arte, su conocimiento, es un fin principal de la creación artística. No es posible que nada tenga una existencia fuera de las mentes o seres pensantes que lo percibe. El arte que no es conocido no tiene ninguna existencia. Atribuir al arte una existencia independiente de la valoración que un ser humano haga de él es una abstracción ininteligible.
Cualquier manifestación artística en distintas disciplinas y soporte necesita de la difusión para llegar al espectador. La historia, en cuanto a este proceso, concluye con una difusión segmentada, dirigida única y exclusivamente a dos sectores: el que consume y el que sabe. Nada desdeñable sería que en los centros educativos la asiduidad a visitar un museo o una exposición en cualquier lugar fuera de uso obligatorio.
Difundir el arte comienza por sensibilizar al ser humano en su formación, los maestros en primaria y los especialistas en secundaria y bachiller deben conseguir este reto.
Difundir el arte por los mass media no enseña a mirar un cuadro, una escultura o una intervención callejera, sin embargo, es fundamental para que sigamos creyendo que existe.
El arte es un derecho de la ciudadanía:
Todo el mundo merece y puede comprender y disfrutar del arte. No hay nada que justifique que toda persona no disfrute como herencia de una cultura intelectual suficiente que le proporcione un interés inteligente por el arte que puede contemplar. A menos que a tales personas se les niegue, por una legislación o política nociva para el arte, o por una razón económica, de estrategia de mercado, la gente encontrará siempre una existencia placentera en la contemplación y valorización de los objetos de su estimación.
En contra del arte:
¿Por qué lo dicho anteriormente no es así?
Porque nos hemos acostumbrando a que en nombre de una ética o de un juicio estético particular de un dirigente (político o académico) se cercene y coarte la libertad de la expresión artística, de la libre expresión, y lo que es peor, a que se nos diga qué podemos ver y qué no, fomentando el acritismo y demostrando un completo desprecio hacia la sociedad, a la que se la supone menor de edad e incapaz de escoger qué le gusta y qué no, programando una oferta cultural que responde únicamente a un gusto determinado, como si el nulo bagaje cultural que se le exige normalmente a un dirigente le otorgara la venia para decidir sobre nuestra manera de sentir, sobre cuáles deben ser nuestros gustos.
Es la limitación y la precariedad intelectual de quien manda la que provoca el autoritarismo.
La cultura sirve para despertar conciencias, crear sentido crítico, no para salir en la prensa. La distorsión de la función de la política, servir a los intereses de todos, embrutece cualquier atisbo de evolución social, y la vigilancia del arte desde posiciones de influencia y privilegio sólo nos lleva a la ceguera intelectual.
Los individuos sensibles al arte y a su defensa, no siempre (o casi nunca) conseguimos vehicular el mensaje de forma clara y concisa. Los agentes culturales y los políticos han tomado al arte, en cualquier disciplina, como una forma de entretener al público. La gestión cultural de un municipio no debe nadar sola, debe asirse a los centros de educación. No consideremos baladí el crecimiento intelectual de un niño o adolescente.
Y en segundo lugar, los puntos anteriores no son así porque el mercado se ha adueñado del concepto arte (que no del arte), relegando al amateurismo todo lo que no forma parte del negocio. El arte sostenido nada más que en el mercado sólo tiene el valor del mercado. La deducción «si vale tanto debe ser porque es arte» es un fraude y un insulto a la inteligencia.
Por otra parte, los dictados del mercado dicen que marcan tendencia. Si el arte es un mercado, la tendencia sigue siendo una firma. Si salimos a la calle, donde actualmente están descansando las tendencias del arte, el mercado exclusivo del tradicional arte ¿está mirando para otro lado?
El mercado exclusivo del arte va a tener que cambiar en su modus operandi porque la tendencia ya no es únicamente comprar un cuadro, también lo es “que me pinte un artista mi fachada”; se les escapó de las manos que cualquiera puede consumir arte de forma pragmática, ya no necesita el consumidor necesariamente al marchante, ni siquiera a la galería.
Neguémonos a considerar que el mercado marca los valores artísticos.
El arte sin valores comprobables por el espectador, no es arte, es dogma religioso que tenemos que aceptar y asimilar como arte. De ello se desprende que sin la experiencia estética que produce la contemplación del arte, éste permanece sujeto a los dictados de aquéllos que desean obtener un beneficio manipulando, por su preponderancia mediática, el gusto del cliente para su compra como inversión y no como disfrute del mismo.
El arte necesita talento, que el artista tenga algo que mostrar a través de su obra y que sepa cómo.
Lo demás son mamarrachadas de ineptos. Si no es necesario un proceso intelectual, cualquier objeto es arte, todo es factible de convertirse en arte, no hace falta preparación, ni esfuerzo, ni talento. Cualquier cosa sobre un pedestal puede ser tomada por un crítico o un comisario que elabore un discurso y una justificación social y moral. Y si alguien dice que eso carece de valores estéticos, automáticamente le acusarán de estar en contra del mensaje o de ser un ignorante. Eso no es arte, eso es un chantaje a la sociedad.
La mayoría del arte contemporáneo dice tener intenciones sociales y/o morales, pero luego, rechaza a la gente que considera ignorante. Eso no es arte. El arte necesita comunicarse con la gente, no con el especulador.
El arte se nutre de profesionales creativos y con talento. Acercar el arte a todos conseguiría espectadores más preparados y con criterios más sólidos.
Somos los que decidimos qué arte queremos. Somos los que decidimos. Ejerzamos ese derecho.
Texto de Belén García Pardo y Joan Feliu Franch. Valencia/Onda, 2015.