Mario Pena (Safe Creative) y Joan Feliu (Feria Marte) hablaron en Marte de plagios, arte, tecnología y nuevas formas de monetización.

Safe Creative es el más avanzado e influyente registro de pruebas de derechos de autor del mundo. Desde 2007 ofrece herramientas para que cualquier creador y titular de derechos pueda obtener pruebas de autoría con validez legal en la practica totalidad del mundo.

Estas pruebas protegen lo que es único, los derechos que la ley da al crear obras, permitiendo demostrar en qué momento del tiempo quien se dice autor tenía acceso a su obra. Además Safe Creative acompaña a cada creador de cualquier tipo de obra permitiendo la certificación de su proceso creativo, el registro de la obra final y versiones, así como la exposición y rentabilización de ésta en su portal de Creators.

Entre otras cosas, en el conversatorio de habló del debate sobre la capacidad creativa de la inteligencia artificial. Aunque las máquinas puedan innovar en base a datos, eso no quiere decir que vayan a hacer sombra a la creatividad humana. No sabemos si van a ser creativas o lo están siendo ya, pero desde el punto de vista del arte, creemos que sí se pueden establecer ciertos límites. En la creación artística hay un deseo de expresar algo que se debe combinar con la solución que se encuentre para expresarlo. El arte es un sistema de comunicación con emisor, canal y receptor, y si no existe esa comunicación no se produce lo que denominamos artisticidad. Los artistas pueden ir en cualquiera de las direcciones: pueden empezar con una necesidad de expresar y resolverla, o pueden partir de una solución y tratar de buscar nuevas expresiones en torno a ésta. Al utilizar datos y códigos para formular expresiones explícitas, la inteligencia artificial también puede ofrecer soluciones, sin embargo, identificar un deseo, una necesidad o una problemática es más difícil para las máquinas, ya que no suelen estar incluidos en los datos a partir de los cuales trabajan. Es más, el arte suele planetar expresiones de problemáticas que ni siquiera sabíamos que teníamos. Como es difícil formular ese tipo de necesidades latentes, también es improbable que entren a formar parte de los archivos de datos que las máquinas necesitan para crear.

Evidentemente, la IA hace mucho que es creativa también. Se han grabado álbumes de música enteros compuestos por máquinas, se han escrito guiones y pintado cuadros (la primera pintura creada por un algoritmo fue subastada por 430,000$ en Christie’s: «Edmond de Belamy») Pero coincido con Markus Gabriel, autor de El sentido del pensamiento (2018) o Holger Volland, autor de El poder cretativo de las máquinas (2018), en que las obras de arte son únicamente el resultado de individuos autónomos. La fuerza del hombre reside precisamente en su imperfección, en su estupidez de no siempre pensar y actuar lógicamente. No obstante, las nuevas tecnologías, y la inteligencia artificial en particular, están cambiando de forma drástica la naturaleza de los procesos creativos. Los ordenadores desempeñan papeles muy significativos en procesos creadores. De hecho, el ordenador ya es un lienzo, un pincel. El tema es si, en lugar de considerar el ordenador como herramienta de ayuda a los creadores humanos, podríamos verlo como una entidad creativa en sí misma. Y ya hay un campo de la inteligencia artificial llamado creatividad computacional.

Es muy interesante que la creatividad computacional permita comprender cómo funciona la creatividad humana y reproducir programas para su uso por parte de creadores donde el software actúa como colaborador creativo y no como mera herramienta.

Un chiste sigue siendo divertido, lo haya generado o no un ordenador. El tema está en que, en el arte se tiene en cuenta el proceso de producción y no solo el resultado.

Pero también la IA puede llegar a eso. The Painting Fool, de Simon Colton (Colton et al. 2015), es un software que no aplica pintura físicamente en un lienzo, simula digitalmente numerosos estilos, desde el collage a las pinceladas. The Painting Fool precisa solo instrucciones mínimas y puede producir sus propios conceptos buscando material en línea. El software realiza sus propias búsquedas y se desplaza por sitios web de medios sociales. La idea es que este enfoque le permita producir un arte que comunique algo al espectador porque esencialmente está dibujando sobre experiencias humanas, sobre cómo actuamos, nos sentimos y discutimos en la web. Por ejemplo, en 2009, The Painting Fool produjo su propia interpretación de la guerra en Afganistán a partir de una historia en los periódicos. El resultado es una yuxtaposición de ciudadanos afganos, explosiones y tumbas de víctimas de la guerra.

La pregunta clave es ¿Podemos usar la inteligencia artificial para apoyar la creatividad y los descubrimientos humanos? En 1962, Douglas Engelbart escribió sobre una «máquina de escribir que permitiría usar un nuevo procedimiento de escritura de textos […] Permite integrar las ideas con mayor facilidad y por tanto reconducir la creatividad de manera más continua». Engelbart estaba prediciendo no solo la creatividad individual aumentada, también quería aumentar la inteligencia colectiva y la creatividad de grupos mejorando la colaboración y la capacidad de resolución de problemas en grupo.

La creatividad es un proceso social que puede aumentarse mediante tecnología. Al proyectar estas ideas hacia el futuro, podríamos imaginar un mundo donde la creatividad es altamente accesible y (casi) cualquier persona puede escribir como los grandes escritores, pintar como los grandes maestros, componer música de alta calidad e incluso descubrir nuevas formas de expresión creativa. Para alguien que no tenga una destreza creativa especial, adquirirla mediante sistemas de creación asistida supone un empoderamiento importante.

Hay un tema moral. Nonja, un pintor vienés de veinte años cuyos cuadros abstractos fueron expuestos y admirados en galerías de arte, se devaluó después de saberse que era un orangután del zoo de Viena. No es lo mismo el mercado del arte que el sistema del arte. Creo que solo nosotros podemos ser creativos. Que las máquinas o los animales puedan ser creativos no tiene cabida natural en nuestra sociedad de seres humanos y la decisión de aceptarlos tendría consecuencias sociales de gran calado. Por tanto, es mucho más fácil decir que parecen ser inteligentes, creativos, etcétera, en lugar de decir que lo son. En una palabra, es un problema moral, no científico. Y aún comentaría otra cosa: un artista se siente orgulloso de su trabajo (casi siempre). El ego y esas cosas. Los programas informáticos no son conscientes de sus logros.

Volvamos al tema de la IA como herramienta. Google combina programación, inteligencia artificial y arte al crear, por ejemplo, grandes museos en línea a los que acceder sin necesidad de viajar por medio mundo. Si hay algo que puede ser vanguardista, visionario y realmente romper las estructuras que conocemos, es el arte. Marnie Benney, comisaria de arte y cofundadora de AIArtists.org, la primera comunidad internacional de artistas que utilizan la inteligencia artificial en sus obras, explica que el patrón es simple. «Los creadores están utilizando el aprendizaje automático dentro de la IA como una técnica más para explorar su propia creatividad y a la humanidad en general. Antes había que dominar la resina o el trazado con pincel, ahora toca explorar la inteligencia artificial como medio de creación», afirma.

La inteligencia artificial no debería suponer un problema de autoría: siempre habrá un ser humano detrás, un colectivo artístico o un equipo de programadores.

Y también en la autoría interviene la IA. Los NFT son obras digitales que pueden ser compradas y vendidas como cualquier otro tipo de propiedad, pero no tienen forma tangible. Una fotografía digital o un vídeo, por ejemplo, son piezas de arte que no existen en el mundo físico. Hasta ahora, los artistas que trabajaban con soportes digitales tenían verdaderas dificultades para comercializar su producto porque no podían firmar y seriar su obra como se haría con un grabado o una foto impresa, es decir, era imposible distinguir el original de una copia. Con la inclusión de un NFT se puede confirmar la autenticidad, con el añadido de que se registra la historia de compraventas futuras, lo que supone que el artista puede obtener también los derechos de autoría de cada transacción. Tengamos claro que un NFT es un certificado. No es un tipo de obra de arte ni una técnica de creación ni un movimiento artístico. Hasta aquí parece que todo son ventajas para los artistas y los coleccionistas. ¿Dónde está la polémica? En que se han pagado cantidades muy altas por estas obras de arte o por cualquier cosa que sea un NFT.

Las obras de arte digitales tenían muchos problemas a la hora de venderse porque era difícil asegurarle al comprador la posesión de una pieza cuya naturaleza es ser distribuida y accesible a todo el mundo. La creación de Bitcoin en 2009 trajo consigo la tecnología blockchain como registro distribuido e inmutable, un recurso ideal para los artistas digitales que podían, al fin, competir en un mercado, el del arte, que se sustenta en la autenticidad y la escasez. A partir de 2014 comenzaron a aparecer las primeras plataformas que ofrecían a los artistas el registro de propiedad intelectual en una blockchain y muchos comenzaron a vender sus obras digitales con certificados de autenticidad NFT. En 2017 los tokens no fungibles se crean en Ethereum, comienzan a interesarse los inversores en criptomonedas, y aparecen NFT como los CryptoPunks, retratos de personajes generados por un algoritmo, o los CryptoKitties, un juego de gatos virtuales.

El rendimiento de las obras artísticas es tremendamente volátil. Los precios dependen de diversas variables, como son las fluctuaciones de la oferta y la demanda en el mercado, el número de intermediarios que haya en el momento de la venta o las situaciones específicas que afecten directamente al currículum del artista como son las exposiciones, las adquisiciones para colecciones de prestigio o los premios. En el caso de un NFT, esto funciona igual. O debería, porque lo que debemos valorar es la obra (aunque no exista físicamente), y el NFT sería únicamente un certificado. Puede parecer curioso que alguien esté dispuesto a pagar por una pieza digital que puede disfrutar gratis, pero también podemos leer a Joanne Kathleen Rowling sacando sus libros de la biblioteca, y entenderíamos que alguien pagara una gran suma de dinero por tener una primera edición de Harry Potter y la piedra filosofal firmada por la autora.

Cualquier archivo MP3, cualquier meme o cualquier JPG se puede retransmitir una y otra vez. Eso significa que todos tenemos la posibilidad de verlo o escucharlo, y de tenerlo descargado en el móvil. Y cuando todo está disponible de manera infinita, deseamos aún más tener algo especial. Es lo que proporcionan los NFT, una prueba de que la versión que tenemos es diferente. Pagamos por el derecho a presumir. O por poseer algo en exclusividad que nos hace diferentes.

Pero un NFT representa también un valor financiero o un activo digital. Son como fichas de casino que se pueden usar para comprar arte, se crean como las criptomonedas y, a diferencia de otros activos como el Bitcoin, no se pueden dividir ni reemplazar por otro activo. Cuando se compra un NFT, se puede transferir, vender o regalar, pero no se puede copiar ni eliminar. Eso es lo que explica que se esté vendiendo una colección de 10 000 NFT de retratos de monos en The Bored Ape Yacht Club de dudoso valor artístico, el hecho de que se esté utilizando el certificado como una inversión en criptomoneda, evitando las grandes fluctuaciones del mercado. Así que, por un lado, los NFT utilizados para la autentificación de obras que tienen valor intrínseco son un gran avance para los artistas digitales que pueden, al fin, ver recompensado su trabajo. Muy probablemente se extenderán para autentificar las obras de arte en soportes físicos. Pasado el boom inicial, lo cierto es que las posibilidades de tener un éxito aceptable en este campo siguen siendo muy pocas incluso para los artistas digitales con más trayectoria. Las compraventas se están estabilizando y asemejando a las del coleccionismo tradicional.

Safe Creative premió con una subscripción anual a los artistas Lara Ordóñez y Sergio Femar.