Sobre el rigor en la pintura /Un cruce fugaz.

Exposición de obras de Carlos Pascual y Arturo Doñate en El Convent Espai d’Art de Vila-real.

La geometría es un vasto mundo desde el que abordar la pintura, muchos son los caminos y casi tantas las soluciones para enfrentarse a un lienzo tan solo con los códigos que nos ofrece la propia disciplina y, sin embargo, son pocos los que alcanzan un manejo tan personal de dichos códigos como para crear un universo propio. Toda pintura es, en definitiva, la creación de una analogía de lo evidente y lo incomprensible que, de algún modo, ha de adoptar una forma y hacerse disponible al ojo que busca ir más allá de una realidad tangible.
La exposición comisariada por Joan Feliu en la sala de El Convent, Espai d’Art del Ayuntamiento de Vila-real, plantea un cruce de caminos entre la vasta y duradera relación de Carlos Pascual con en el territorio de lo geométrico y el paso fugaz, pero intenso, por este mismo lugar en la trayectoria de Arturo Doñate. Una encrucijada donde la presencia del elemento abstracto se convierte en vital y la pintura se vuelca totalmente en su propia especificidad. En este juego de liberación de los códigos pictóricos el diálogo entre ambos artistas merece una atención sincera, pues si bien están situados en extremos opuestos de la propuesta geométrica, parece obvio que sus obras se ajustan a un proyecto manifiesto común, verificable en muchas de las inquietudes que han propiciado este lenguaje. La primera de estas es la «revisión» de ciertos datos estéticos, que por sus cualidades organizativas intrínsecas, podemos ponerlos en relación con herencias del neoplasticismo o el constructivismo ruso, pero también con un tipo de pintura de campo de color, como la de Rothko o Newman. Así, ambos creadores abogan por lo que podemos describir como una pintura autosuficiente y gozosa que se basta y se agota en sí misma —o en su referencialidad puramente plástica — y que no necesita coartadas teóricas ni discursivas para legitimarse. Es una cuestión de materialización sensible, de color, de cuerpo e incluso de gesto, pues solo en presencia del puro gesto pictórico podemos estar seguros de que tratamos con la pintura. En esta búsqueda de un espacio común a ambos artistas nos damos también cuenta de que el terreno es mucho más amplio, de que podemos trasladarnos del micro al macro, de una «vista aérea» a otra casi microscópica:
Doñate compone numerosas figuras que conviven en un mismo plano de color, ingrávidas, flotando en una lejanía, mientras que Pascual, amplía tanto su visión que nos hace perder esa sensación de perspectiva para lograr una cercanía tan cálida que solo la piel de un ser vivo puede transmitirnos.

El artista Arturo Doñate se vale de esos fondos monocromos a modo de tapices sobre los cuales coloca sus figuras que, a pesar del componente geométrico, beben mucho del collage, tanto en la aplicación de color como en su desarrollo material. Las figuras se ven reducidas a su función como portadoras de color y movimiento y, de este modo, responden a aquella exigencia planteada por Kandinsky de un juego de formas y colores con música, sin una finalidad determinada y despojado de toda convención; aúna así el rigor de las estructuras geométricas con expresivos elementos que contienen un ritmo musical y una amplia variedad cromática. Es ley de creación combinar la facultad de descubrir con la de la investigación más rigurosa, actitud que ha permitido a este artista vivir alternativamente en lo indefinible y en lo que puede oscilar incesantemente entre el instinto y la razón. Por ello, vemos su carrera salpicada de saltos y desvíos que le han llevado a transitar por territorios estilísticos muy diferentes. Para él, abstracción y figuración no son tendencias independientes ni cerradas, sino modos de expresión a los que acude según las exigencias experimentales de cada momento.

Por otra parte, la obra de Carlos Pascual parece asumir las teorías de Johannes Itten y Moholy- Hagy — ambos vinculados a la Bauhaus y defensores de la mística y la emocionalidad de la geometría —, realizando ejercicios de composición en los que somete a su propio lenguaje las sugerencias derivadas de los estilos artísticos del siglo XX. En cierto modo, es un trabajo que actúa como un umbral histórico entre dos mundos. Una pintura densa y orgánica, centrada en las cualidades táctiles de la disciplina y en la propia orografía del soporte, el cual es tratado de manera minuciosa y afectiva. Sus trazos componen un todo, una misma superficie dinamizada y contorneada por líneas suaves, aunque no continuas. Los extremos abiertos permiten que la formas y las superficies se entreveren y produzcan una expresión viva, que se ve acentuada por la materialidad visible de unos tonos tenues que dialogan con gran armonía. Pascual recurre al tiempo, a la invención y al razonamiento, otorgando un lugar importante a las tensiones provocadas por los impulsos de una sensualidad que escasea dentro de las frías y austeras corrientes geométricas. Pocos pintores han sido tan fieles a un solo lenguaje, explorándolo hasta la saciedad, pero sin dejar de ser crítico con sus concepciones más inmovilistas.
El diálogo planteado entre ambos pintores también se produce en otras direcciones, en ocasiones devolviéndonos a aquel momento en el que se refundan los preceptos pictóricos de concepto y forma tras desafiar los estatutos clásicos y las sentencias greenbergianas. Así, sus prácticas también han desplazado y expandido la especificidad del medio, los lugares condensados para cada disciplina, pintando el objeto o dimensionando la superficie plana del soporte. Nace de ello un trabajo que destaca por la dimensión escultórica de una especie de assemblage o ready-made, que bebe de Donald Judd, Stella y Tatlin y que son trabajados como objetos de conocimiento además de como respuestas espaciales. De nuevo podemos observar cómo se pueden hallar diferentes caminos aun partiendo del mismo enclave, pues en este punto sucede un proceso inverso al ocurrido en el plano bidimensional. Doñate saca las figuras del lienzo para enfrentarlas no solo a la soledad, sino también a un entorno en el que se las puede rodear, perdiendo así la fragmentación propia de sus obras en pos de cierta unidad de campo. En los objetos de Pascual sucede lo contrario, la piel se fragmenta y es ensamblada de nuevo, evidenciando las diversas partes de unas composiciones que aquí sí estarán más cercanas a la escultura collage.
Cuando los padres de lo moderno desbancaron el sistema de la representación y conquistaron los triunfos en orden distinto al tradicional, los artistas pudieron al fin entregarse a la realización de sus sistemas personales. Es así como la deuda se convirtió en aportación, precisamente porque los que han llegado después, en vez de admitir la frecuentación geométrica como una tarea lúdica, han hecho todo lo posible para que la misma fuese arriesgada y personal. Lo que comenzó siendo una búsqueda de rigor, de una estructura esencial en la organización de esta exposición, acabó en un juego inteligente, utilísimo, del que tanto los creadores, como yo mismo al escribir estas líneas, hemos resultado víctimas más que liberadores. Así, la muestra, que en un principio parece estar planeada racionalmente, se revela ante una observación más detenida como algo abierto al ritmo, la energía y excitación. El lenguaje formal de ambos artistas se ve quebrado por irregularidades dispuestas de un modo intuitivo y requiere de un proceso de mirada activo, pues la geometría, en tanto se cultiva como lo han hecho Pascual y Doñate, acredita también una legitimidad que no se puede pasar por alto. Hay que ser muy valiente para enfrentarse a las potentes estructuras del pasado y, muy auténtico, para que tus formas prevalezcan y se transformen en verdaderas imágenes. Ante nosotros se abre un campo amplio y nuevo en el que despliegan la fantasía, la fuerza y la armonía de las relaciones entre los colores y las formas. Un lugar donde el artista puede desarrollarse hacia lo espiritual, pues al renunciar al objeto es cuando nos encontramos con la pura lírica y la verdadera acción creativa de la pintura.

Óscar Manrique