«La vanidad es mi pecado favorito» decía orgulloso Al Pacino en la película Pactar con el diablo mientras veía descender a un incauto Keanu Reeves por las escaleras. El humano volvía a satisfacer a Lucifer, un tío resabiado y vetusto sin duda, aunque la estupidez infinita de las personas hace que le contentemos con mucha facilidad. Sin embargo, la propuesta comisarial que he desarrollado con las cuatro artistas en esta cuarta edición de MARTE no versa sobre los pecados capitales, aunque éstos nos hayan posicionado en el lugar árido, oscuro y cruel de esta contemporaneidad en la que vivimos. Mis investigaciones siempre han ido de la mano de la gestión de las emociones y esto me ha llevado a estudiar con las obras de Carol Solar, Anna Llimós, Núria Torres y Ana Vernia el estado en el que las personas se encuentran en el mundo actual: nuestros comportamientos pasados y presentes, nuestros sueños y rutas, las huellas que dejamos o nuestras incomunicaciones.
Carol Solar sí que empieza con la vanidad, ese pecado que parece inofensivo cuando se utiliza saludablemente para la autoestima pero que puede ser destructivo si acaba por deformar nuestras valías, aumentándolas, y disminuyendo las de los demás. Con su instalación textil El sitio de @Carol Solar1 (2017) analiza esa faceta publica que explotamos hasta el agotamiento en las redes sociales y hasta qué punto se desinfla luego cuando nos estamos lavando los dientes frente al espejo de nuestro baño. También usa su pieza como un púlpito en el que desafiar a los antiguos parámetros que determinaban la naturaleza del artista ―usando solo materiales nobles, con su aura etérea y su decadencia hermosa―. Sus obras hablan sobre sexo ―¿o lujuria?― como Los juegos de Justine (2014) o la serie Pervertis (2015), sobre el mundo de los sueños, sobre brujas y encantamientos, sobre los diálogos absurdos que mantenemos mientras permanecemos en un lugar que recoge nuestra energía.
Anna Llimós aparece entonces con sus obras sobre esas huellas energéticas, invisibles para el ojo humano, pero evidentes para el corazón de la artista. Esos emplazamientos donde vivimos se convierten con los años en un archivador gigantesco donde la esencia de los que experimentamos en ellos flota y se adhiere a las paredes y objetos con los que convivimos día tras día. La sutileza de sus trabajos Silla (2014), Frazada (2014) o Patio (2017) recuerda a la labor de la arqueología, rescatando recuerdos que se escapan como granos de arena entre los dedos. Anna investiga sobre los vacíos y espacios en blanco que dejamos, sobre el silencio que es contenedor del pasado y que nos determina como las personas que somos en el presente. Desde esa luz tenue de sus piezas, incide sobre el arte de detenerse a observar los detalles, la perspectiva del objeto que conserva el carácter con la que lo usamos, dando a los objetos y los muros de nuestras casas el alma que imprimimos en ellos.
Núria Torres construye escenas escultóricas como un micro-mundo de Oz en el que desearíamos vivir. Las construye conscientemente porque su visión arquitectónica le viene de formación como ingeniera industrial. Su pasión por el arte tiñe sus creaciones de perfección matemática y belleza, enfrentándose al material con valentía y creando así, con destreza y corazón, paisajes y criaturas fascinantes. Con el aire neoclásico brillando en sus piezas, Núria busca la perfección aunando un material milenario con una idiosincrasia moderna. Las vemos y desearíamos vivir en ese mundo donde el instante de preciosidad se paraliza como en su obra Remanso en la mano (2016). Sus obras Super Héroes (2017) nos recuerdan a la pureza que prometimos guardar sin mancha alguna; niños y niñas en estado de gracia con sus máscaras negras sobre el blanco divino que mantienen la esperanza en retornar a la lealtad, la fuerza y los lazos insondables que la amistad genera en las sociedades
Ana Vernia nos da una ruta de descubrimiento con su paleta de tonos pastel sobre la posición del ser humano ahora, en este preciso instante. Sus creaciones viven entre la arquitectura emocional y el dibujo técnico-espiritual. Sus Casas cuerpo (2017) son habitáculos donde el dibujo y las formas naturales laten en su interior y nos evocan la conexión perdida con la naturaleza y aquello que vive en ella; una conexión que fue la primera en apagarse a medida que nos desconectábamos también de nosotras, las personas, entre nuestras potentes emociones y las interacciones con los demás. Su serie Mapa de emociones (2017) es una vuelta al preciosismo, al detalle, a la búsqueda de los mecanismos que nos hacen seres de luz entre tanta oscuridad. Asimismo, Ana muestra con su serie Paisaje líquido (2016) las interferencias en nuestras comunicaciones en un mundo paradójicamente interconectado.
Si el Terminator T-800 logró 0.0 bajas humanas, a pesar de su capacidad para matar, ¿por qué no nosotr@s, con nuestra dualidad, aprendemos de nuestra capacidad para mejorar el mundo?
Comisaria: Lidón Sancho Ribés. Linkedin. Entrevista para MARTE